En 2025, la inflación global se presenta como una bestia domada, pero no completamente domesticada. Si bien los picos alarmantes observados en los años post-pandemia han cedido, la desaceleración ha sido más gradual de lo que muchos bancos centrales esperaban, dejando a los responsables de la política monetaria en un dilema persistente: ¿cuándo y cómo relajar las políticas monetarias restrictivas sin reavivar las presiones inflacionarias?
La buena noticia es que las tasas de inflación interanuales han disminuido considerablemente en la mayoría de las economías desarrolladas. La disipación de los choques de oferta relacionados con la pandemia, la estabilización de los precios de la energía y la efectividad de las subidas de tipos de interés agresivas implementadas por los bancos centrales han contribuido a este descenso. Las cadenas de suministro han mejorado, y la demanda, aunque aún robusta, ha mostrado signos de moderación en algunos sectores.
Sin embargo, el problema radica en la persistencia de la inflación subyacente, que excluye los precios volátiles de la energía y los alimentos. Esta medida, que se considera un mejor indicador de las presiones inflacionarias a largo plazo, a menudo se mantiene elevada debido a la fuerte demanda de servicios, los salarios en aumento (impulsados por mercados laborales ajustados) y los márgenes de beneficio empresariales que aún son resistentes. En algunas regiones, la inflación se ha “incrustado” en las expectativas, lo que dificulta aún más su control.
Este escenario ha llevado a los bancos centrales a adoptar una postura de cautela extrema. Si bien la tentación de reducir las tasas de interés para estimular el crecimiento económico es fuerte, especialmente en economías que muestran signos de desaceleración, el temor a un resurgimiento de la inflación es aún mayor. La narrativa dominante es que “la inflación debe ser erradicada por completo” antes de que se puedan considerar recortes significativos. Esto significa que los mercados están viendo un número limitado de recortes de tasas en 2025, y la expectativa de “aterrizajes suaves” (ralentizaciones económicas sin recesión) se pone a prueba constantemente.
Para los mercados financieros, esta incertidumbre se traduce en volatilidad. Los inversores están constantemente analizando los datos de inflación y los discursos de los bancos centrales en busca de cualquier señal sobre el futuro de las tasas de interés. Los bonos gubernamentales siguen siendo sensibles a estos datos, y los mercados de valores reaccionan a cada cambio en las expectativas de política monetaria. En resumen, 2025 es un año de equilibrio delicado para los bancos centrales, que navegan entre la espada de la inflación persistente y la pared de un crecimiento económico potencialmente estancado, con implicaciones profundas para la economía global.